domingo, 15 de mayo de 2016

Realidades

     Para ella el «no puedo con mi alma» no era una frase hecha. Ella era consciente a cada instante de lo que pesaba aquel apéndice invisible e imaginario de sí misma.Iba arrastrando cada paso e incluso respirar le resultaba opresivo.
     
      Como sabía que era su alma la que la castraba decidió deshacerse de ella. Empezó a idear planes cada vez más rocambolescos para conseguirlo sin acabar con su propia existencia. Su familia acabó convenciéndola de ir al psicólogo. Este, práctico y amante de su propia fe, le aseguró, tras escuchar brevemente su caso, que lo que le pesaba era el cuerpo y que debía aprender a convivir con él.

      Aquella misma noche, mientras observaba extasiada la sangre que, sin remedio ya, fluía ya de sus muñecas, demostró cuán equivocado estaba el hombre.

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