Ensimismada
en el movimiento de la llave, con la que estaba dando vida al reloj de su
bisabuelo, no supo de donde le venía aquella peregrina imagen. Hacía muchos
años ya de su lección sobre Santo Tomás de Aquino y la imposibilidad de
infinitos motores, pero ahora recordaba haber pensado que aquel hombre, tan
sabio y creyente, quizás había dado con la explicación a todo lo contrario.
Ahora la
imagen que la asaltaba, aupada a aquel inestable taburete, era la contraria: ¿sería
cierta la teoría de un relojero que lo ponía todo en marcha? Se vio a sí misma
como ese relojero, despertando mundos, y su mano sobre la llave del reloj dudó:
podía dejar de dar cuerda y abandonar aquellos mundos a su suerte, y sin ella
se pararían.
En su
espiral de ilógica vanagloria se olvidó de todo, incluido que estaba sobre un
taburete cojo, que en un cambio de peso se balanceó tirándola al suelo.
Desde allí la
diosa caída vio como el reloj daba la primera campanada.
La fantasía de ser dioses y la responsabilidad del poder en un texto.
ResponderEliminarEra una de mis teorías filosóficas predilectas... aunque, como la del texto, yo también entendí lo contrario
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